martes, 3 de enero de 2012

RESEÑA BIOGRÁFICA


Reseña Biográfica

Alfredo Zitarrosa, nació en Montevideo, Uruguay, el 10 de marzo de 1936.
Su vida en una zona rural del país hasta su adolescencia, influye notoriamente en lo que será su repertorio, esencialmente de raíz campesina.

Se inicia como cantor profesional en el Perú, en 1963, cuando a instancias de un amigo suyo se presenta en un programa televisivo de la ciudad de Lima. Durante su viaje de regreso al Uruguay, canta en un programa radial de la ciudad de La Paz, Bolivia.

Hasta entonces se había desempeñado como periodista y locutor radial, trabajando en varias emisoras de Montevideo.

Más tarde sería un brillante cronista del célebre semanario “Marcha”, dirigido por Don Carlos Quijano.

La difusión radial sorpresiva de algunas canciones que había grabado a instancias de sus amigos, compañeros de labor, caló hondo en el público oyente, identificado profundamente con su canto, que parece encontrar en Zitarrosa una voz honesta y una forma de cantar “a lo uruguayo”, que da comienzo a una relación que no quebrará ni la propia muerte.

Su debut como cantor profesional en Montevideo, tuvo lugar en el auditorio del SODRE (Servicio Oficial de Difusión Radioeléctrica) en 1964.

Su primer disco publicado, “Canta Zitarrosa”, abrió el camino de la difusión de la música nacional de este género en su tierra, compitiendo en ventas con el fenómeno popular de la época: los “Beatles”. Fue un militante defensor de los derechos de los artistas nacionales y de la producción de estos, como las de Viglietti, Los Olimareños, Capella, Palacios, entre otros, representativos como él del sentir nacional.

Desde 1965 hasta 1988 grabó aproximadamente cuarenta discos larga duración, en diferentes países, fundamentalmente en Uruguay y Argentina.
Recibió en vida innumerables distinciones y premios, aparte de la permantente marca en ventas discográficas, entre las que se destaca la Condecoración con la Orden ‘Francisco de Miranda' por parte del presidente de Venezuela en 1978.

Debido a su militancia política su canción es prohibida en Uruguay a partir de las elecciones de 1971 (prohibición que se consolida con el establecimiento de la dictadura cívico-militar el 27 de junio de 1973). Con el recrudecimiento de la persecución, habiendo sido convencido de que su canto sólo sería útil a la causa del pueblo desde fuera, debe salir al exilio en 1976, primero rumbo a Argentina, hasta el comienzo de la dictadura militar en aquel país, hasta que debe partir (por la misma causa que del Uruguay) para radicar en España donde estuvo residiendo hasta abril de 1979. Desde ese momento vivió en México, donde aparte de cantar, desarrolló actividades periodísticas en el diario “Excelsior” y en “Radio Educación” con su programa “Casi en privado”. Durante este período, a pesar de ser reconocido por él mismo como el menos creativo debido al dolor por el desarraigo, graba y edita varios discos en España, México y Venezuela. Asimismo participa activamente de diversos festivales internacionales, como abanderado de la lucha a favor de la libertad del pueblo uruguayo y de otras naciones oprimidas por gobiernos de corte fascista, y como referente ineludible del canto popular uruguayo y latinoamericano.

Levantada la prohibición de su canto en Argentina en 1983, es contratado para realizar un recital en ese país, oportunidad que es aprovechada por Zitarrosa para acercarse a su tierra, pasando a residir en Buenos Aires, hasta el momento que fuera posible su regreso al Uruguay. Allí realiza –entre otras- una memorable actuación en el estadio de Obras Sanitarias, donde al presentarse ante el público que colmaba el estadio, solicita su permiso: “Ojalá a partir de este momento ustedes me autoricen a seguir cantando a nombre de mi tierra”.

El 31 de marzo de 1984, es recibido por una multitud que lo aclama y lo acompaña, desde el aeropuerto, por todo Montevideo, en una circunstancia que es defida por él mismo como “la experiencia más importante de su vida”, lleno de una emoción profunda de alegría por el rencuentro con su tierra, con los amigos, sus “hermanos”, y la profunda alegría por el regreso a su amado país.

Una vez en su tierra realiza conciertos por todo el país y edita nuevos trabajos discográficos, entre los que presenta la serie “Melodía Larga”, milongas instrumentales para conjunto de guitarras, guitarrón y otros instrumentos de uso típico en el Jazz.

En 1988 edita por primera vez su obra literaria como tal en el libro de cuentos “Por si el recuerdo”, que recopila historias escritas durante sus últimos treinta años.

Su temprano y sorpresivo fallecimiento, en Montevideo, el 17 de enero de 1989, repercutió tan hondamente en el pueblo, en toda la comunidad hispano y latinoamericana, y en otros tantos países, al extremo tal que “el mundo entero fue una limpia e inmensa lágrima”.

Como poeta, integra en sus canciones el sector de mundo que le tocó vivir. Encontró, deshaciéndose, las esquivas palabras que simulan pasiones, historias, fábulas y esperanzas. Encontró, las palabras convenientes, las más precisas para sus descripciones: “Mariposa marrón de madera”; “Puedo enseñarte a volar / pero no seguirte el vuelo”; “Tú no pediste la guerra / Madre tierra, yo lo sé”.

Como músico, componiendo a favor de la guitarra y por milonga, creó un estilo de arreglos “a lo Zitarrosa”, con el sello de su creatividad musical, impuso este género como un estilo popular vivo. Fue impulsor del concepto de la fusión musical en el uruguay, llegando en su último trabajo discográfico a asimilar desde la milonga al rock, continuando la búsqueda de lo que él mismo definó, en 1969, como un “auténtico jazz del sur”, en base a la milonga.

Hombre de prodigiosa erudición, fue un narrador brillante, quien logró además a través de sus “Fábulas Materialistas” (recopiladas y publicadas en libro, por su familia, en el 2001), una sabrosa mezcla surrealista de ciencia, mito y humor.

Pero en Zitarrosa coexistían, además, los insólitos Diamólogos, el entrevistador agudo en “Marcha”, el locutor que creó toda una escuela del decir radial. No debe olvidarse un lejano trabajo crítico de Alfredo sobre “el cantor alienante y el público alienado”. Allí, este hombre de seductora voz, de presencia imponente en el escenario, alertaba al lector sobre posibles alienaciones ante la “figura” de un artista, ante la aureola de un astro que prácticamente invalidaban toda audición crítica; toda audición que realmente atendiera lo que el artista estaba “dando” sobre el escenario. Abreviemos: nos enseñaba que siempre debemos oír críticamente al artista.

Su familia, con el apoyo de amigos y personalidades de la cultura, entre otros, en honor a su ejemplo artístico y ético, en la fecha de su nacimiento, el 10 de marzo del 2004, declara la creación de la Fundación que lleva su nombre, para preservar su legado y trabajar, a favor de la cultura, de los valores humanistas e ideales sociales, como lo hizo Zitarrosa, del mismo modo que él los defendió y cantó.

En opinión del poeta Washington Benavides, Zitarrosa es “un hombre renacentista, atento a todo aquello que significa cambiar la vida”. El poeta Saúl Ibargoyen lo define como “un hombre y un artista con la magia de crear Luz de donde sólo hay tinieblas”.

(Extraído de http://www.fundacionzitarrosa.org/biografia.htm)

UN ARTISTA A LA ALTURA DE SU MITO

A los 20 años de la muerte (el 17 de enero) de Alfredo Zitarrosa, el cantautor uruguayo que marcó una época con su voz, con sus palabras y con sus actos. Fue protagonista de los sueños de cambio y sus canciones fueron reflejo, luego, de sus dolores

por Cristian Vitale

Píntalo de negro

Una guitarra negra y cierta tristeza vivencial, económica en silencios y sonidos. 1977. Alfredo Zitarrosa, 41 años entonces, le doblaba el codo a la vida y ya azotaban su espalda los latigazos de una vida brava, intensa, iluminada por certezas, deseos y desconciertos. De una inspiración vital le sale lo que sería su obra cumbre: un poema por milonga que excedía los 16 minutos, y cerraba el disco. Tenía Guitarra negra, además, cinco de sus canciones más conmovedoras: “Pa’l que se va”, “Doña Soledad”, “Stéfanie”, “Ya es bastante” y “Adagio a mi país”. No había vuelta atrás: Zitarrosa, motorizado por la obra, se convertía en un orfebre de la canción popular latinoamericana, un artista a la altura de Atahualpa Yupanqui.

O de Carlos Gardel, por qué no. Guitarra negra, un yunque de imagen. Quizá como su coterráneo, el escritor Felisberto Hernández, Zitarrosa le confesaba su amor a un objeto y, a través de él, elaboraba una síntesis desordenada, pasional y melancólica de lo que había sido su vida hasta ahí, a través de partes —a veces inconexas— para las que él había inventado un término: contracanción.
    “Hoy anduvo la muerte buscando entre mis libros alguna cosa. Hoy por la tarde anduvo, entre papeles, averiguando cómo he sido, cómo ha sido mi vida, cuánto tiempo perdí, cómo escribía cuando había verduleros que venían de las quintas, cuando tenía dos novias, un lindo jopo, dos pares de zapatos, cuando no había televisión, ese mundo a los pies, violento, imbécil, abrumador, esa novela canallesca escrita por un loco. Hoy anduvo la muerte entre mis libros, buscando mi pasado.”
¿Por qué reavivar Guitarra negra para evocarlo cuando se cumplen 20 años exactos de su muerte? Porque en ella condensa y concentra el pasado, sí, pero además intuye el devenir complejo que subyace tras una apariencia formal de saco, corbata y gomina. Guitarra negra trasvasa, concatena y estructura su vida.

Era la época del duro exilio y el cantor andaba lejos de su tierra. La inercia de dos golpes militares, primero el de Uruguay, luego el de Argentina, lo habían arrojado a lo extraño del mundo. Algo sabía de eso.

Parido en 1936 por el vientre de una madre natural, Jesusa Iribarne, es dado a criar a un nuevo matrimonio: Carlos Durán y Doraisella Carbajal. Así es su infancia hasta que la madre de sangre, resuelta su situación marital, lo recibe nuevamente. Su esposo, el argentino Alfredo Nicolás Zitarrosa, es el responsable de un nuevo apellido. “Hoy anduvo la muerte entre mis libros buscando mi pasado, buscando los veranos del ’40, los muchachitos bajo la manguera, las siestas clandestinas, los plátanos del barrio, asesinados, tallados en el alma...”

El liceo, los oficios y cierta bohemia controlada fueron la marca de una juventud urbana, entre la casa de sus padres adoptivos, pensiones y la casa de su madre biológica, en el Barrio Sur, frente al cementerio central. Un devenir que, junto a las tempranas vivencias campesinas, le darían a su obra posterior las condiciones materiales de su existir: vendió muebles, fue cadete de oficina, actor, se inició en los quehaceres de una imprenta. Un universo de saberes adquiridos que le bancó el sustento hasta su debut como locutor de radio. Tenía 19 años.

Rasgos de un dolor sublimado en arte. Austero. Pródigo en imágenes poéticas. Los tres padres que tuvo, y principalmente aquel que lo concibió y negó, son causa de un giro. En “Explicación de mi amor”, Zitarrosa no cicatriza la herida (“Te pido que limpies mi amargo dolor; por favor, que no sigas muriendo”); pero la sublima en quien sí le dio contención a contramarcha de la biología: Carlos Durán, el hijo de un coronel, que fue militar en los ’40. La famosa “Chamarrita de los milicos”, escrita en 1970, es en su honor. “Chamarrita cuartelera, no te olvides que hay gente afuera, cuando cantes pa’ los milicos, no te olvides que no son ricos, y el orgullo que no te sobre, no te olvides que hay otros pobres.”

Píntalo de verde

Es cierto. Zitarrosa tenía un aura renacentista porque era increíblemente voraz en su inquietud. Se repartía. Una niñez ligada a Beethoven y a desentrañar los misterios del microscopio; una adolescencia intuitiva que desembocó en sus tempranas tareas como locutor y periodista —semi— especializado en física nuclear, pediatría o ¡cibernética!

Pero un sello, de esos que suelen imprimirse a fuego en la infancia, determinó buena parte de su corpus creativo. No sólo las tempranas vivencias camperas en Trinidad, el centro de Uruguay, mutaron —ya cantor— en un estilo musical único —la milonga “a la Zitarrosa”, madre remota del tango—, sino que dotaron a ésta de un acabado conocimiento empírico del medio rural: cazó, ordeñó, montó caballos, evitó ponchos, alternó gatos y zambas, y transformó todo eso en canciones, coloreando costumbres, animales y hombres bajo esa voz grave, gangosa, viril, seca.

Para cuando, en 1965, editaba su disco-debut a través del sello Tonal —El canto de Zitarrosa—, esa experiencia estaba presente en retazos: en “El Cambá”, canción de origen boliviano, pero también en “Mire amigo”. Se profundizaría en la desgarradora “Mi tierra en invierno” y, sobre todo —con lujo de detalles—, en otra de las contracanciones de Guitarra negra. Zitarrosa había sido testigo de matarife y tenía con qué expresarlo:
    “Temblando, con el frontal partido con el marrón, por el marronero, cae sobre sus costillas, pesada como un mundo, la res... Cae con estrépito, de bruces sobre el cemento... Balando al descuajarse su osamenta, ya sólo un pobre costillar enorme, ya sólo un pobre cuero y sangre, media tonelada de huesos astillados, hincados en toda esa vida temblorosa y atónita”.
Píntalo de rojo

Los primeros signos exteriores del Zitarrosa militante hay que ubicarlos no en su cancionero sino en su tarea como periodista del periódicoMarcha —los diamólogos— y en un concepto crítico que tituló como “el cantor alienante y el público alienado”, un recorte arbitrario de aura marxista, que utilizaba para instar al público a escuchar con oído crítico al artista. Y la acción... la unión entre pensamiento y acción.

Ya en 1961 distribuye una carta por los medios a través de la cual denuncia una palabra cara al poder: censura. De inmediato es “cesado” en Radio El Espectador y sus inquietudes toman un curso más afín como periodista de Marcha. Quiso conocer Cuba, con la revolución fresquita, pero el desplante de un amigo antropólogo lo impidió. Debutó como cantante en Perú y se tragó el tono revolucionario de América latina y, ya para 1971, era un cuadro fundamental para la izquierda del continente.
    “Hoy anduvo la muerte revisando los ruidos del teléfono, distintos bajo los dedos índices, las fotos, el termómetro, los muertos y los vivos, los pálidos fantasmas que me habitan, sus pies y manos múltiples, sus ojos y sus dientes, bajo sospecha de subversión... Y no halló nada.”
La franca y pública adhesión al Frente Amplio, la apertura de un comité de base ¡en su casa!, el poner el cuerpo en la gesta de Allende y el comienzo de un periplo complicado. Muchas de sus canciones son prohibidas en Uruguay tras las elecciones de 1971, con el Frente derrotado; todas cuando sucede el golpe (27 de junio de 1973) y tres años en el limbo que determinan una decisión: el autoexilio.

Resiste unos meses en la Argentina —hasta el golpe—; luego vive en España, donde la angustia se entremezcla con el whisky y las “sobredosis” de cigarrillos, que determinan el período más oscuro de su vida. Y a partir de 1979, México. Prados de Coyoacán. Dos hijas. Leve renacimiento. Escribe en Excelsior; conduce el programa “Casi en privado” por Radio Educación y se convierte en fogonero de la libertad mediante su participación en festivales internacionales. “Trabajo de cantor popular exiliado”, solía decir por esos días.
    “(La muerte) no pudo hallar a Batlle, ni a mi padre, ni a mi madre, ni a Marx, ni a Arístides, ni a Lenin, ni al Príncipe Kropotkin, ni al Uruguay ni a nadie... A mí tampoco me encontró... Yo había tomado un ómnibus al Cerro e iba sentado al lado de la vida.”
Píntalo de vida

“De tanto vivir frente / del cementerio / no me asusta la muerte / ni su misterio.”

Una rémora del Barrio Sur. Su casa y un paisaje que mezclaba tumbas, flores, negros pobres y carnaval. Retazos, imágenes que se irán reconstruyendo en la suma total de una personalidad: no había miedo a la muerte, de tanto vivirla.

Cuando en julio de 1983 la democracia argentina lo recibe en Obras —tres veces— ocurre uno de los recitales más emotivos del período. Canta “Adagio a mi país” y sus músicos mojan las guitarras con lágrimas. Traje, gomina y rictus serio. El público estalla.

Al año siguiente —palabra propia—, la experiencia más importante de su vida: el 31 de marzo, a las dos de la tarde, baja del avión. Nunca, cuentan testigos, la rambla que une el Aeropuerto de Carrasco con el centro de Montevideo estuvo tan atiborrada de gente feliz. El cantor del pueblo volvía al pueblo. Atrás quedaban 8 años de desarraigo, de ese whisky venenoso que bebía para matar la angustia en la lejura. (Soledad con el alcohol / suelta un gorrión / que por el aire del alma se va / con el alcohol la soledad / tibio gorrión / que por el aire del alma voló.)

Es el boom Zitarrosa. La serie de melodías largas llevan su discografía a 40 y un libro de cuentos —Por si el recuerdo— es la suma que engancha y completa el magistral Guitarra negra. 56 años y una premonición: cuando el 17 de enero de 1989 la noticia de su muerte hiela la sangre del pueblo, él ya le había alisado el terreno.
    “Por sanar de una herida he gastado mi vida / pero igual la viví / y he llegado hasta aquí. Por morir, por vivir / porque la muerte es más fuerte que yo / canté y viví en cada copla sangrada querida cantada / nacida y me fui.”
La llamó “Pájaro rival”, y fue incluida en su primera obra póstuma: Sobre pájaros y almas. Zitarrosa, un cantor que del pago supo ser universal; que de epocal, atemporal; que de existencial pudo predecir hasta su muerte, sin temerle.

Tomado de Página/12

MURIO ALFREDO ZITARROSA





Muriò Alfredo Zitarrosa


MONTEVIDEO 17 de enero ( EFE; AFP y UPI ), con la muerte del cantor Alfredo Zitarrosa, Uruguay pierde el símbolo de su canciòn en el mundo y a un luchador por la paz y la libertad en opinión de sus colegas y amigos.
Alfredo Ziatarrosa Iribarne muriò hoy en Montevideo a los 53 años, vìctima de una peritonitis de causa intestinal, segùn el parte mèdico.


Reconocido como uno de los màs importantes compositores e intèrpretes de la canciòn popular Latinoamericana, fue un hombre polifacético que cultivò la poesìa, el periodismo y la locución.

Josè “ Pepe “ Guerra uno de los integrantes del dùo “ Los Olimareños “, que compartìo el exilio con Zitarrosa, afirmò que con su muerte “ Uruguay “ pierde el símbolo de la canciòn en el mundo “.

Zitarrosa fue “ un maestro y abanderado de la generaciòn del 60 “ en la mùsica popular y es “ un clàsico que entrò en la historia de la musica Latinoamericana “ agregò Pepe Guerra.

La asociación de la prensa uruguaya ( APU ) de la cual era socio el cantautor emitiò un comunicado afirmando que con Zitarrosa “ muere un hombre que fue luchador de la paz y la libertad del pueblo en sus horas màs difíciles.”

Zitarrosa comenzò como locutor de radio en 1954 y poco después obtuvo su primer premio como poeta, en un concurso organizado por la Intendencia ( ayuntamiento ) de Montevideo.
El cantante uruguayo viajò como periodista a Chile y Perù y a su regreso iniciò su carrera como autor e intèrprete de canciones nativas y populares que le dieron fama local, posteriormente en Amèrica Latina y durante su exilio con el règimen militar, reconocimiento mundial.

Las primeras actuaciones internacionales de Zitarrosa tuvieron lugar en 1965 durante el tradicional Festival de Cosquìn ( Argentina ), donde conociò a Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui y a otras figuras de la canciòn latinoamericanas con quienes entablò una gran amistad.
En la dècada de los 70, el cantautor fue distinguido con un premio a su trayectoria por el gobierno de Venezuela.
Vinculado desde joven al partido comunista uruguayo ( PCU ) apoyò a la coalición de izquierda “ Frente amplio “ desde su creación, en 1971, actualmente la tercera fuerza polìtica del paìs.

Tras el golpe militar de 1973 sus canciones fueron prohibidas por el règimen tantos en actos pùblicos como en emisoras, y debìo exiliarse en España y Mèxico durante ocho años.

El 31 de marzo de 1984 Zitarrosa regresò a su paìs en medio de un gran jùbilo popular y fue el primer artista que volviò del exilio cuando el règimen militar estaba aùn en el poder.

Una caravana por las primeras avenidas acompaño el retorno a Montevideo del cantautor, quièn ofreciò un recital a miles de admiradores en el estadio Centenario.

Entre sus canciones destacan “ Milonga de ojos dorados “, “ En mi paìs “, “ Doña Soledad “, , “ Milonga para una niña “, “ Mire amigo “, “ El violìn de Becho “, y “ Sthefanie “, todas ellas èxitos internacionales.

Su sensibilidad y humanismo lo llevaron a expresar sus sentimientos escribiendo poemas, en los que intentaba justificar lo que parece “ injustificable “, segùn apuntaba y describìa el llanto de un niño “ como el motor de mis rebeldìas “.

En 1958 ganò el premio municipal de poesìa con su libro “ explicaciones “ siendo uno de los jurados el famoso escritor uruguayo Juan Carlos Onetti; hoy radicado en España.

Su amigo y narrador Enrique Estràzulas otro grande de las letras uruguayas modernas describiò como alguien “ a medio camino entre el gaucho, y el orillero entre el estudiante rebelde y el puntero izquierdo, el pobre poeta del tìmido cuaderno inèdito, aquèl niño de màs de 30 años que se dedicò a cantar.
Su extensa discografìa con màs de 25 elepès editados dejara para las futuras generaciones de uruguayos el recuerdo de una estupenda voz quizà algo “ triste “ como fue definido por crìticos extranjeros pero sobre todo el mensaje ìntimo que una guitarra y una canciòn puede màs que las armas de un ejèrcito para derrotar a una dictadura.

En el exilio Zitarrosa compuso uno de sus mejores temas, “ Guitarra Negra “, considerado por la crìtica como su creación “ epica “ màs importante surgida en el periòdo 1973-83.

Numerosas figuras de la cultura, la polìtica, sindicalistas y diplomàticos extranjeros han acudido al velatorio de Zitarrosa en el Teatro “ EL Galpòn “, de Montevideo, asì como miles de uruguayos de diversa clase social e incluso turistas.

Segùn el parte mèdico Zitarrosa sufriò el domingo un infarto masivo de intestino delgado de origen venoso del que logrò recuperarse a pesar de ser intervenido quirúrgicamente y falleciò hoy debido a una peritonitis de causa intestinal.


FUENTE : EXCELSIOR Secciòn cultural. Miércoles 18 de enero de 1989. ( pag 2 )

Material de archivo de Alfredo Arrieta Ortega.
Mèxico.